Un Jjigae de verano
Por: Mateo Arango López, 12º
En el paréntesis que constituía el verano pasado, no dejé de aprender. Al inicio de las vacaciones descubrí un lugar en el corazón de Nueva Tequendama; una casa donde habita una cultura completamente diferente a la nuestra, un lugar que conjuga desde literatura y gastronomía, hasta artes marciales. Me refiero al Centro Cultural Coreano de Cali, el cual lleva operando más de dos años. En su comienzo se encontraba en una pequeña casa del barrio San Fernando y, debido al auge por dicha cultura en nuestra ciudad, se mudó a un espacio más amplio y cómodo.
En el Centro Cultural Coreano de Cali ofrecen actividades variadas, desde gastronomía coreana hasta clases de baile. Recuerdo la primera vez que entré a esta casa, la cual conocí mediante su sitio web. Al entrar fui recibido por sus dueños, quienes me trataron como si me conocieran de toda la vida, manteniendo siempre un lenguaje profesional. Ahí, en su sala de espera, nos sentamos a charlar de varios temas relacionados con su cultura, la casa, y el curso. Las historias sobre cómo se dio la idea de este lugar, la cultura, el reciente ‘boom’ que ha tenido esta misma y sus planes a futuro fueron, en pocas palabras, enriquecedoras. Estuvimos ahí unos veinte minutos, tiempo suficiente para comprender la clase de personas que eran; gente que cree ciento por ciento en lo que hace, y lo demuestra con la calidad de su servicio.
Una semana después empezaron las clases, fue cuando encontré a un grupo de jóvenes que compartía mi interés por la cultura, el idioma, y la música coreanas; nos divertimos juntos y prestamos atención a las charlas, algo que es difícil de encontrar en un grupo de más de ocho personas. Con esto en mente, las tres horas diarias durante cuatro días a la semana, nunca fueron arduas, las tareas cotidianas tampoco. Cabe mencionar que como en Cali no existen muchos centros para aprender idiomas, excepto el inglés, el extra de este lugar es que los profesores son nativos y están siempre felices al poder ayudar y aportar con toda su cultura.
En una oportunidad, tuve la oportunidad de almorzar allí, ya habíamos hecho Kimbap en clase (rollos de alga con arroz y vegetales), así que tenía la idea básica de qué esperar. Mi primer plato fue Ramyeon (fideos), que tenía el buen toque de picante de todos los platos coreanos, y unos Mandu (gyoza) acompañados de Kimchi (preparación fermentada a partir de diferentes vegetales), a base del cual hacen un buen Jiggae (estofado). Esta comida fue diferente no solo en cuanto al bello ambiente del restaurante, sino que todos los platos eran una puerta a otro mundo, uno diferente al mío; uno que agradezco haber descubierto.
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